CUBA / El líder máximo comienza a
repartir ollas de presión
Las recetas revolucionarias de Fidel Castro
El País, 20/03/05
Por Mauricio Vicent
Por estos días en Cuba no se habla de otra cosa: decenas de miles
de vecinos de Cienfuegos y de Santa Clara han recibido ya la famosa olla
arrocera prometida por Fidel Castro el 8 de marzo. Desde el día
siguiente, la prensa oficial difundió imágenes de los beneficiados
-algunos, cargados y sonrientes a la salida de la tienda; otros, cocinando
en sus casas-, y los periódicos no han parado de recoger desde
entonces declaraciones patrióticas asociadas a las cazuelas eléctricas,
como las de un cienfueguero que sentenció: "Con olla o sin
ella, seguiremos defendiendo la obra de la revolución".
Alguien de fuera de Cuba puede pensar que se trata de una broma. No lo
es. Según anunció Castro, 100.000 de estas ollas de fabricación
china serán repartidas mensualmente en la isla hasta completar
los 2.500.000, y también por la libreta de racionamiento se distribuirán
a la población otras tantas a precios subsidiados.
La cuestión es más relevante de lo que parece: después
de 15 años de crisis y malas noticias, los mentados peroles se
han convertido en el símbolo de la resurrección del Estado
socialista y de la recuperación de su protagonismo económico,
tras años a la defensiva. El diario Juventud Rebelde publicó
el domingo en su página de opinión una viñeta que
resume mejor que cualquier análisis el significado de este reparto
subvencionado y por decreto de los utensilios de cocina: en el dibujo,
una olla a presión se calienta a fuego lento y dentro la bandera
cubana asciende irresistible.
Revolución y frijoles
El discurso del líder comunista con motivo del Día Internacional
de la Mujer estuvo cargado de guiños que no pasaron inadvertidos
para la mayoría de los cubanos. Por vez primera en mucho tiempo,
Castro aderezó principios revolucionarios y frijoles con una sazón
casi olvidada por los sufridos habitantes de la isla: el optimismo.
"Ya nuestro pueblo comienza a erguirse en el mapa de este mundo caotizado
y sin esperanza", afirmó, para anunciar acto seguido y de
modo oficial que la crisis del Periodo Especial se iba "dejando atrás".
Fue un discurso muy meditado, pese a las improvisaciones y al folclor
culinario. De las cinco horas que duró, Castro dedicó casi
dos a hablar de las bondades de las ollas arroceras y a presión,
y sobre cómo éstas podrían "ayudar al país"
si eran utilizadas de forma adecuada y planificada. "En este país
se consumen 750.000 toneladas de arroz, y hay un instrumento de la cocina
que es una maravilla y sólo utiliza electricidad", dijo, tomando
por sorpresa al auditorio, compuesto por cientos de trabajadoras vanguardia,
jubiladas, dirigentes y amas de casa.
Así, de pronto, la olla arrocera, cuya importación y venta
en la isla estuvo prohibida hasta ahora debido a su alto consumo energético,
pasó de la clandestinidad a la cartilla de racionamiento con todas
las bendiciones oficiales.
Siguió Castro: "La olla arrocera cuida que esté caliente
la comida (...), ella misma se apaga y gasta unos poquiticos vatios para
mantener el calor"; después sacó papel y lápiz
y se puso a calcular cuánto ahorraría la economía
nacional si se cocinara por tandas horarias y por provincias -es decir,
algo así como: a las cuatro, Pinar del Río; a las cinco,
Santiago de Cuba; a las seis, La Habana-, aunque aclaró que esto
era sólo una "sugerencia"; pero la gran noticia la había
dicho antes: dentro de un año estarán resueltos todos los
problemas de suministro eléctrico.
El presidente cubano, eufórico por momentos, no sólo habló
de ollas arroceras y predicó sobre las virtudes del chocolate o
de lo conveniente de poner en remojo los frijoles antes de cocinarlos.
Trató no pocos problemas que aturden a sus compatriotas, como el
de la vivienda, el transporte público, la alimentación o
los salarios, y por primera vez en mucho tiempo lo hizo para anunciar
mejoras concretas. Según Castro, para el año que viene no
habrá apagones, se construirán 100.000 viviendas, se hará
una fuerte inversión para renovar el parque de locomotoras y autobuses
-en los años noventa, el sistema nacional de transporte casi se
colapsó-, y mejorará la cuota de alimentos y productos que
se distribuye a cada ciudadano mensualmente mediante la cartilla de racionamiento.
Sin dejar de sacar cuentas, como un administrador que vuelve a tener qué
repartir, Castro habló del fin de la "era del café
mezclado con chícharo", de grandes compras a Venezuela de
sardinas en aceite y en tomate, de la adquisición de partidas importantes
de cacao para elaborar bombones y otras golosinas desde hace años
perdidas del comercio en pesos cubanos, y hasta adelantó posibles
y "oportunas" subidas salariales en sectores como la educación
y la salud.
Construido el castillo de la reanimación económica y lograda
una complicidad sin fisuras con el público femenino, que lo aplaudía
y aclamaba cada vez que anunciaba una buena nueva, el Comandante se lanzó
de lleno a la ideología y a la recuperación de los principios
más ortodoxos de su revolución. "No podíamos
seguir así", dijo Castro, refiriéndose a la necesidad
de regresar a la férrea centralización del Estado y eliminar
los márgenes de autonomía empresarial concedidos en los
noventa.
Le tocó el turno a la iniciativa privada y a los cuentapropistas,
de los que renegó abiertamente. Paladares, taxistas particulares
y fabricantes privados de repuestos quedaron en entredicho con comentarios
y muletillas burlonas, y no quedaron sin mancha aquellos empresarios extranjeros
que florecieron como intermediarios durante los años de la crisis,
quienes, dijo, ahora desaparecerán. Castro fue suficientemente
explícito: "A veces se retrocede y hay que volver a emprender
la marcha una y otra vez. Tenemos que emprender marchas contra cosas incorrectas,
mal hechas, vicios. Hay que luchar contra errores, contra desviaciones
y confusiones, contra efectos que nos dejó el Periodo Especial".
Con triunfalismo, se refirió una y otra vez a los "milagros
de la revolución", habló de "invulnerabilidad
militar y económica", y dijo que al país hoy en día
"no le hace falta de nada", mencionando a China y a Venezuela
como soportes estratégicos externos. "No hay que buscar más",
comentó...
Una semana después del discurso, el impacto de la olla arrocera
en la calle ha opacado el resto de los anuncios hechos por el presidente
cubano, y no es para menos. Las imágenes de tiernas abuelitas y
mamás cubanas saliendo de las bodegas estatales con ollas chinas
cargadas como bebés entre los brazos colman los informativos de
televisión y los periódicos, y las cacerolas eléctricas
son objeto de pormenorizado análisis y hasta de artículos
de opinión. Una crónica, publicada en Juventud Rebelde,
sugirió que la preocupación del Estado por los utensilios
de cocina "reivindica las potencialidades del modelo", para
concluir que dentro de la olla (cuyo precio de venta es de 150 pesos,
unos cinco euros al cambio) "se están cocinando otras muchas
cosas".
El efecto psicológico de la olla es inmenso, y abarca las facetas
más disímiles. Un conocido disidente comentaba estos días:
"Si con la olla dan tres bistés al mes, se acabó la
oposición". Bromeaba, pero la procesión iba por dentro.
Los cubanos más suspicaces y burlones ya han empezado con los chistes:
"¿Qué hay detrás de la olla?", preguntan,
y ellos mismos responden: "Nadie lo sabe. Lo que sí es seguro
es que dentro no hay nada". El choteo criollo, sin embargo, no puede
ocultar una realidad: el Estado hoy va a la ofensiva, y la mayoría
de los cubanos percibe que si Fidel lanza el órdago es porque dispone
de recursos y de seguridades. El momento en Cuba es de de sellar grietas,
no de aperturas, y las cazuelas chinas cierran bien.
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